lunes, 30 de abril de 2012

"Cuando uno es joven, debe ser revolucionario, no sólo rebelarse... ser psicológicamente revolucionario significa no aceptar ningún modelo."


El problema del vivir .-Las montañas permanecían en completa soledad; durante varios días había llovido con cierta intermitencia y estaban verdes y luminosas; se habían vuelto casi azules y en su plenitud hacían que los cielos se vieran exuberantes y hermosos. Reinaba un gran silencio, que era casi como el sonido de las olas rompientes cuando uno pasea por la playa sobre la arena húmeda. Cerca del océano no hay silencio excepto en el propio corazón, pero entre las montañas, en ese sendero sinuoso, el silencio estaba en todas partes; no se escuchaba el ruido de la ciudad, el rugir del tráfico ni el rugir de las olas.

En el momento de actuar siempre nos sentimos confusos y la acción se vuelve más y más desconcertante al ver la complejidad de la vida; hay tantas cosas que hacer y algunas requieren acción inmediata. El mundo que nos rodea está cambiando rápidamente ?sus valores, su moralidad, sus guerras y su paz? y nos sentimos por completo perdidos frente a la necesidad de una acción inmediata; sin embargo, uno siempre se pregunta qué debe hacer al enfrentarse con el enorme problema del vivir. Hemos perdido la fe en muchas cosas ?en los líderes, en los maestros, en las creencias? y con cierta frecuencia deseamos que aparezca algún principio claro que ilumine el camino o una autoridad que nos diga lo que debemos hacer; no obstante, en lo profundo del corazón sabemos que eso sería algo muerto y perteneciente al pasado, por eso inevitablemente debemos volver a preguntarnos qué sentido tiene todo eso y qué es lo que debemos hacer. 


Como podemos observar, siempre actuamos desde un centro, un centro que se contrae y se expande. A veces es un círculo muy pequeño y otras es amplio, exclusivo y totalmente satisfactorio, pero siempre es un centro de aflicción y dolor, de alegrías fugaces y desdicha, de un pasado fascinante o doloroso. La mayoría de nosotros conocemos, consciente o inconscientemente, ese centro y actuamos desde ese centro en el cual tenemos nuestras raíces. Cuando preguntamos qué debemos hacer, ya sea ahora o mañana, lo preguntamos desde este centro y la respuesta siempre debe estar de acuerdo con ese centro. Una vez tenemos la respuesta, sea propia o de otro, procedemos a actuar conforme a la limitación del centro; es como un animal atado a una estaca, su acción depende del largo de la cuerda, pero esta acción nunca será libre y, por tanto, siempre existirá el dolor, la desdicha y la confusión.

Al darnos cuenta de eso, el centro se pregunta si es posible estar libre, libre para vivir de una manera feliz, plena, sin limitaciones y actuar sin dolor ni remordimientos. No obstante, sigue siendo el centro que formula esta pregunta. El centro es el pasado, es el 'yo' con sus actividades egocéntricas y sólo conoce la acción en términos de recompensa o castigo, de logro o fracaso, con sus propios motivos, causas y efectos; está atrapado en esa cadena y la cadena es el centro y la prisión.

Existe otra acción que llega cuando hay un espacio sin centro, una dimensión sin causa ni efecto, en la cual el vivir es acción; y al no tener un centro, cualquier cosa que haga es libre, llena de dicha, sin dolor ni placer. Este espacio y esta libertad no son el resultado del esfuerzo y del logro, sin embargo cuando el centro termina surge lo otro. De modo que nos preguntamos cómo puede terminar el centro, qué debo hacer para eliminarlo, qué disciplina, qué sacrificio, qué esfuerzo debo realizar. No es ninguna de esas cosas, sólo darse cuenta sin elección de las actividades del centro, no como un observador, como alguien que desde fuera mira lo interno, sino únicamente observar sin el censor. Posiblemente dirá, "no puedo hacerlo, siempre estoy mirando con los ojos del pasado". No importa, dese cuenta de que mira con los ojos del pasado y permanezca con eso, no trate de hacer nada al respecto; sea sencillo, porque si trata de hacer cualquier cosa, solamente fortalecerá el centro y de esa acción surgirá el deseo mismo de evadirse. Por tanto, no hay escape ni esfuerzo ni desesperación; entonces uno puede ver el completo significado del centro y el inmenso peligro que representa; eso es suficiente.
 J.Krishnamurti
Malibú, California, 3 de marzo de 1970 

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