miércoles, 20 de febrero de 2013

Afganistán, jardín del Imperio




Julien Mercille.-Mientras Obama proclama que la aventura de EE.UU. en Afganistán llegará a su fin en el plazo de un par de años, podemos considerar el balance respecto a una de las supuestas justificaciones de la ocupación: la lucha contra la heroína afgana. El resultado ha sido un fracaso total. De hecho, mientras a veces se habla de Afganistán como “cementerio de imperios” porque a lo largo de la historia grandes potencias han intentado sin éxito invadir y controlarlo, el país ya puede calificarse de “jardín del imperio” porque la ocupación de EE.UU./OTAN ha resultado en un drástico aumento de la producción de drogas.

La producción de opio en Afganistán aumentó vertiginosamente de 85 toneladas a 8.200 toneladas entre 2001 y 2007 (actualmente ha bajado a 3.700 toneladas). La mayor parte de los comentarios restan importancia a la gran responsabilidad de Washington en esta dramática expansión mientras magnifican el rol de los talibanes, que según los datos disponibles es relativamente menor. Asimismo, la identificación de las drogas como la causa principal del crecimiento de la insurgencia absuelve a EE.UU. y a la OTAN de su propio papel en su fomento: la presencia de tropas extranjeras en el país así como sus ataques destructivos contra civiles son factores significativos tras los aumentos del apoyo popular a los talibanes o la tolerancia hacia ellos. En los hechos, como señala un reciente informe de UNODC [Oficina de las Naciones Unidos contra la Droga y el Delito], la reducción de la producción de drogas tendría solo un “mínimo impacto en la amenaza estratégica de la insurgencia”, porque los talibanes reciben “considerable financiamiento de donantes privados de todo el mundo”, una contribución que eclipsa el dinero de la droga.

Un informe de UNODC titulado Adicción, crimen e insurgencia: la amenaza transnacional del opio afgano provee un buen ejemplo de la visión convencional del papel de los talibanes en el narcotráfico. Afirma que reciben anualmente 125 millones de dólares de los narcóticos, lo que da como resultado la “tormenta perfecta” de drogas y terrorismo que se dirige hacia Asia Central y pone en peligro sus recursos energéticos. UNODC afirma que cuando estuvieron en el poder en la segunda mitad de los años noventa, los talibanes ganaron entre 75 y 100 millones de dólares anuales gracias a las drogas, pero que desde 2005 esa cifra ha aumentado a 125 millones. Aunque esto se presenta como un aumento significativo, los talibanes juegan un papel menor de lo que el informe quiere que creamos en la economía del opio, ya que capturan solo una pequeña parte de su valor total. Además, el dinero de la droga probablemente solo es una fuente secundaria de financiamiento para ellos: la propia UNODC estima que solo entre el 10% y el 15% de las finanzas de los talibanes proviene de las drogas y un 85% de “fuentes diferentes del opio” como las donaciones privadas.



El ingreso total generado por los opiatos en Afganistán es de casi 3.000 millones de dólares anuales. Según los datos de UNODC, los talibanes solo obtienes cerca de un 5% de esta suma. Los agricultores que venden su cosecha de opio a los traficantes reciben un 20%. ¿Y el 75% restante? ¿Al Qaida? No: el informe especifica que “no parece tener un papel directo en el comercio afgano de opiatos”, aunque puede participar en “el contrabando de drogas de bajo nivel y/o de armas” a lo largo de la frontera paquistaní. En su lugar, el 75% restante lo obtienen los traficantes, funcionarios del gobierno, policía y personas influyentes; en resumen, muchos de los grupos actualmente apoyados o tolerados por EE.UU. y la OTAN son importantes protagonistas del narcotráfico.

Por ello, las afirmaciones de que “los insurgentes talibanes consiguen grandes beneficios del tráfico con opio” son engañosas. A pesar de todo, UNODC insiste en la conexión entre talibanes y drogas pero presta menos atención a los individuos y grupos apoyados o tolerados por Washington. La agencia parece que está actuando como un facilitador de políticas de la coalición en Afganistán: cuando le preguntaron qué porcentaje del ingreso total de las drogas de Afganistán reciben los funcionarios del gobierno, el representante de UNODC que supervisó el informe mencionado respondió rápidamente: “No hacemos eso, no lo sé”.

La corriente dominante en los comentarios culpa en parte a la corrupción del tamaño de la industria de narcóticos y de los males de Afganistán. Pero concentrarse en las manzanas podridas del gobierno y la policía de Afganistán es pasar por alto la responsabilidad sistémica de EE.UU. y la OTAN de la dramática expansión de la producción de opiatos desde 2001 y de su apoyo a numerosos individuos corruptos del poder. EE.UU. atacó Afganistán en asociación con los señores de la guerra y de la droga de la Alianza del Norte y los inundó de armas, millones de dólares y apoyo diplomático. El empoderamiento y enriquecimiento de esos individuos posibilitaron que impusieran tributos y protegieran a los traficantes de opio, llevando a la reanudación inmediata de la producción de narcóticos después de la interrupción de la prohibición de 2000-2001 impuesta por los talibanes, como han documentado numerosos observadores. Ahmed Rashid ha escrito que todo el Ministerio del Interior afgano “se convirtió en un importante protector de narcotraficantes y Karzai se negó a limpiarlo a fondo. Cuando las milicias de los señores de la guerra fueron desmovilizadas y desarmadas por la ONU, los comandantes encontraron nuevas posiciones en el Ministerio del Interior y siguieron protegiendo a los narcotraficantes”. EE.UU. tampoco estaba interesado en limpiar Afganistán de narcotraficantes. Por lo tanto, culpar de la situación actual la "corrupción" y a los "criminales"a la “corrupción” es ignorar los efectos directos y predecibles de las políticas estadounidenses, que han seguido un modelo histórico de tolerancia y protección de políticos brutales involucrados en los narcóticos.

En 2004, las fuerzas afganas hallaron un enorme escondite de heroína en un camión cerca de Kandahar, pero tanto Wali Karzai, el hermano del presidente, como un asistente del presidente Karzai llamaron al comandante del grupo que realizó el descubrimiento para decirle que dejara ir las drogas y el camión. Dos años después, fuerzas antinarcóticos estadounidenses y afganas confiscaron más de 50 kilos de heroína cerca de Kabul, que investigadores estadounidenses dijeron que estaban vinculados con Wali Karzai. Pero Wali Karzai solo era la punta del iceberg, ya que un antiguo oficial de la CIA afirmó que prácticamente “todas las personalidades significativas afganas han tenido que ver con el narcotráfico”. En privado, los funcionarios estadounidenses reconocen vínculos con personalidades afganas relacionadas con las drogas. Un cable de WikiLeaks que menciona reuniones de funcionarios estadounidenses con Wali Karzai en septiembre de 2009 y febrero de 2010 señala que aunque “debemos considerar a AWK [Ahmed Wali Karzai] jefe del Consejo Provincial, es de amplio conocimiento que es corrupto y un narcotraficante”. Pero en público se niegan los vínculos. Como dijo el senador John Kerry, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado: “No debemos condenar a Ahmed Wali Karzai o dañar con nuestras críticas las relaciones con su hermano, el presidente Karzai, sobre la base de artículos en los periódicos o rumores”.

Del mercado global anual de opiatos, de 65.000 millones de dólares, se estima que solo entre el 5% y el 10% (de 3.000 a 5.000 millones de dólares) se lavan a través de sistemas bancarios informales, mientras dos tercios (entre 40.000 y 45.000 millones) están disponibles para lavarlos a través del sistema bancario formal. Un reciente informe de UNODC estimó que cerca de 220.000 millones de dólares de dinero de la droga se lavan anualmente a través del sistema financiero. Sin embargo, solo cerca del 0,2% de todo el dinero criminal lavado se confisca y se congela, ya que los gobiernos tienen otras prioridades que regular la industria bancaria, que se beneficia de esa liquidez adicional.

POLÍTICA ANTINARCÓTICOS DE EE.UU.

Aproximadamente hasta 2005, la política estadounidense en general no se preocupaba por las drogas. El general Tommy Franks, quien dirigió el ataque inicial, declaró en 2002 que las tropas de EE.UU. se mantendrían distantes de la interdicción de las drogas y que la solución de los problemas de narcóticos correspondía a afganos y civiles. Cuando preguntaron a Donald Rumsfeld en 2003 qué estaba haciendo EE.UU. respecto a los narcóticos en Helmand, respondió: “Me pregunta qué vamos a hacer y la respuesta es que realmente no lo sé”. Un portavoz militar de la base Bagram, el sargento mayor Harrison Sarles, declaró: “No somos una fuerza de tareas para la droga. No forma parte de nuestra misión”. Además, la DEA solo tenía dos agentes en Afganistán en 2003 y no abrió una oficina en el país hasta 2004.

Varias razones explican la temprana oposición a la acción contra narcóticos por parte de la Casa Blanca y los militares. Primero, atacaron Afganistán para demostrar que no se debía desafiar a Washington, y la destrucción de cultivos de amapolas y laboratorios de heroína no contribuye nada en ese sentido. Por eso no había motivos por los que se debiera dirigir ningún esfuerzo a esa tarea. A finales de 2005, el teniente general Karl Eikenberry, entonces comandante de las fuerzas de EE.UU. en Afganistán, dejó claro que “las drogas son malas, pero sus órdenes eran que las drogas no eran una prioridad de los militares estadounidenses en Afganistán”. Además, el objetivo más importante de Washington entonces era Irak, cuyos recursos petroleros y su ubicación estratégica en la región del Golfo Pérsico aseguraban que tuviera la prioridad.

En segundo lugar, muchos de los aliados afganos locales de EE.UU. estaban involucrados en el tráfico, que les otorgaba dinero y poder. La destrucción de laboratorios de la droga y campos de amapolas habría representado, en efecto, un golpe directo a las operaciones estadounidenses y sus combatientes testaferros en el terreno. Como reconocieron los diplomáticos occidentales en esos días, “sin el dinero de la droga, nuestros señores de la guerra amigos no pueden pagar a sus milicias. Es así de simple”. Según James Risen, esto explica por qué el Pentágono y la Casa Blanca se negaron a bombardear las cerca de 25 instalaciones de la droga que la CIA había identificado en sus mapas en 2001. De la misma manera, en 2005, el Pentágono rechazó, con la excepción de tres, todas las solicitudes de transporte aéreo de la DEA. Barnett Rubin resumió bien la actitud de EE.UU. cuando escribió en 2004 que cuando “visita Afganistán, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld se reúne con comandantes militares conocidos por los afganos como padrinos del narcotráfico. El mensaje ha sido claro: Ayudad a combatir a los talibanes y nadie interferirá con vuestro tráfico”. Como resultado, los funcionarios militares de EE.UU. hicieron caso omiso del narcotráfico. Un Boina Verde del ejército dijo que “le ordenaron específicamente que ignorara la heroína y el opio cuando él y su unidad los descubrieran durante sus patrullas”. Un informe del Senado de EE.UU. mencionó que “comités del Congreso recibieron informes de que las fuerzas estadounidenses se negaban a perturbar ventas y embarques de drogas y rechazaban solicitudes de refuerzos de la Administración de Cumplimiento de Leyes sobre las Drogas (DEA) para perseguir a los principales cabecillas de la droga”.

Tercero, el Departamento de Defensa pensó que la erradicación de cultivos molestaría a los agricultores y afectaría los intentos de conquistar los corazones y mentes afganas. Por cierto, desde 2001, los talibanes habían tratado de obtener ventajas gracias al resentimiento causado por programas de erradicación. Por ejemplo, en Helmand “parece que han ofrecido protección a los agricultores afectados por la erradicación” y en Kandahar “se informó de que incluso ofrecieron ayuda financiera a los agricultores cuyos campos eran erradicados, a cambio de apoyo en la lucha contra el gobierno”. Por lo tanto, está lejos de ser seguro que la eliminación de las drogas debilitaría a la insurgencia. De hecho lo contrario es más probable, ya que solo aumentaría la oposición que ya generan las operaciones de la OTAN en el país. Como señaló un analista bien informado: “A medida que progresaba el conflicto, las víctimas de abusos de las tropas afganas y extranjeras y los efectos secundarios de la dependencia de EE.UU. del poder aéreo comenzaron a representar otra fuente importante de reclutas para los talibanes”.

Desde 2004, la actividad contra los narcóticos comenzó a ascender lentamente en la agenda de EE.UU. En 2005, Washington desarrolló su primera estrategia antinarcóticos para Afganistán, compuesta de cinco pilares: eliminación/erradicación, interdicción, reforma de la justicia, información pública y medios de vida alternativos (aunque los pilares no recibieron la misma importancia: el desarrollo alternativo fue relativamente descuidado, mientras la erradicación/eliminación era la prioridad). El gobierno afgano incorporó esta estrategia en su propia Estrategia Nacional de Control de la Droga de 2006, que posteriormente se actualizó y se integró en su Estrategia Nacional de Desarrollo de 2008.

Cerca de 2005, las operaciones antinarcóticos todavía estaban relativamente aisladas de la estrategia más amplia de contrainsurgencia. A pesar de ello, el Pentágono comenzó a considerar la posibilidad de involucrarse en misiones contra la droga y emitió nuevas directivas autorizando a los militares a “transportar a agentes contra la droga en helicópteros y aviones de carga y a ayudar en la planificación de misiones y el descubrimiento de objetivos”, entre otras cosas. Se establecieron una serie de unidades antinarcóticos, como la Fuerza de Tareas 333 (un escuadrón encubierto de agentes especiales) y la Fuerza Central de Erradicación de Amapolas, un equipo afgano entrenado por el contratista privado estadounidense Dyncorp a un coste de 50 millones de dólares, y supervisado por EE.UU. a través del Ministerio del Interior afgano, donde el principal contacto de Washington era el teniente general Mohammad Daoud. No parecía constituir un problema que Daoud fuera “un exseñor de la guerra del norte del que se decía que tenía importantes conexiones con el narcotráfico”.

Desde 2007, EE.UU. ha intensificado sus esfuerzos antinarcóticos y ha tratado de integrarlos de un modo más estrecho con la campaña de contrainsurgencia. En particular a finales de 2008, el Pentágono cambió sus reglas de enfrentamiento para permitir que las tropas de EE.UU. atacaran a los traficantes aliados con insurgentes y terroristas y se permitió que los soldados acompañaran y protegieran operaciones antinarcóticos realizadas por estadounidenses y afganos. Este cambio también fue adoptado por la OTAN y se permitió que sus miembros participaran en misiones de interdicción.

Desde 2009, la estrategia del gobierno de Obama ha reducido la importancia de la erradicación abandonando el apoyo a la fuerza central de erradicación afgana, mientras se concentraba en la interdicción y en la destrucción de laboratorios de heroína, basándose en el razonamiento de que esto “atacaría con más precisión el nexo droga-insurgencia”. También se ha anunciado un enfoque en el desarrollo rural porque, como declaró Richard Holbrooke, la erradicación es “un derroche de dinero”, enajena a los agricultores y “podrá destruir algunas hectáreas, pero no reduce un solo dólar la cantidad de dinero que reciben los talibanes. Solo ayuda a los talibanes”. La cantidad de agentes permanentes de la DEA en Afganistán aumentó de 13 a más de 80 en 2011 y el Pentágono ha establecido un Nexo de Fuerza de Tareas Conjunta Combinada Inter-agencias en Kandahar para proveer apoyo de coordinación e inteligencia a las misiones de interdicción de la DEA y a las operaciones de contrainsurgencia de ISAF que ataquen a los insurgentes con vínculos con el narcotráfico.

En general, un tema interesante es explicar la emergencia, intensificación y militarización de las operaciones antinarcóticos de EE.UU. en Afganistán. Aunque una discusión semejante sigue siendo algo especulativa, lo que sigue señala posibles motivos que podrían ser los responsables de la evolución de la estrategia antidroga. Algunos han señalado la renuncia de Donald Rumsfeld como Secretario de Defensa en 2006. Rumsfeld siempre se opuso a la participación militar en el control de la droga y por lo tanto se pensó que su partida contribuyó a un cambio radical de la actitud del Departamento de Defensa, que entonces se involucró más en la actividad antinarcóticos. Sin embargo deberíamos minimizar la importancia de los cambios de personal al explicar las líneas generales de la política. No se puede decir que Rumsfeld impidiera por sí solo que un ejército de enemigos de la droga en el gobierno de EE.UU. realizara operaciones antinarcóticos en Afganistán. Como hemos visto anteriormente, hubo claras razones estratégicas para la ausencia de participación militar en la actividad antinarcóticos en los primeros años después de 2001.

También se ha identificado como motivo las presiones del Congreso. Esta presión política, dice el argumento, terminó por llevar al Pentágono y a la CIA a aceptar en público que la insurgencia estaba financiada por las drogas y a aprobar la estrategia antinarcóticos de 2005. Por cierto, en 2004-2005, una cantidad de artículos críticos en los medios urgió a más acción a la luz de la gran cosecha de opio de 2004. Por ejemplo Henry Hyde, republicano de Illinois, declaró que existía “una clara necesidad en este momento de acción militar contra los depósitos de almacenamiento de opio y los laboratorios de heroína” y que si los militares no se involucraban, EE.UU. tendría que enviar “soldados de sitios como Turquía para enfrentar este desafío”. Los demócratas también vinieron en ayuda, como cuando John Kerry criticó a Bush por no eliminar los narcóticos en Afganistán.

Semejantes explicaciones podrán ser correctas en términos de causas inmediatas, porque las presiones y debates del Congreso contribuyeron a colocar el tema en la agenda de los responsables políticos y generaron cobertura en los medios. Sin embargo, para empezar, plantean el interrogante de ¿Por qué el tema de los narcóticos se convirtió en un debate más destacado en los círculos gubernamentales? Algunos han apuntado a la explosión del cultivo de amapolas en Afganistán y las presiones políticas que ha generado en EE.UU. para que se haga algo frente al problema. Por ejemplo Ahmed Rashid señaló que el mayor énfasis en la droga en la política de EE.UU. desde 2005 fue causado en parte por el hecho de que se había hecho demasiado obvio que el cultivo afgano de la amapola estaba fuera de control. Por motivos de relaciones públicas EE.UU. ya no podía permitirse con tanta facilidad que se viera que no estaba haciendo nada. La masiva cosecha de opio de 2004 embarazó lo bastante a Washington y Londres como para llevarlos a encarar con más seriedad el tema de los narcóticos: la superficie de tierra cultivada de amapolas acababa de aumentar un 64% y por primera vez se cultivaban amapolas en las 34 provincias de Afganistán. De la misma manera, la producción de opio aumentó a 6.100 toneladas en 2006 y a 8.200 toneladas en 2007, la mayor cantidad jamás registrada. Afganistán representaba ahora un 93% de la producción global de heroína. No se podía ignorar indefinidamente el aumento vertiginoso de la producción de droga en 2006 y 2007, publicado en los informes de UNODC.

Probablemente esta interpretación contiene algo de verdad. Incluso si el control de la droga no es un objetivo de EE.UU., el discurso que se ha creado alrededor del tema ha adquirido una fuerza propia. Por ello, cuando el cultivo de la amapola se propagó en Afganistán hasta un punto en el que era difícil ignorarlo, Washington se vio obligado a hacer algún gesto que aparentemente encarara el problema; de otra manera podría mancillarse su imagen de gobierno supuestamente preocupado por los daños causados por la droga.

Finalmente, otra posible razón es que desde 2004-2005 se hizo políticamente útil hablar de una guerra contra la droga para envilecer a los insurgentes talibanes al asociarlos con los narcóticos. Por cierto, la intensificación de la retórica y las operaciones antinarcóticos “tuvieron lugar con el trasfondo de un aumento de la oposición armada” al gobierno afgano respaldado por EE.UU. Es decir, mientras en los años inmediatamente posteriores a 2001 el narcotráfico estaba controlado en gran parte por aliados de EE.UU. (señores de la guerra), desde el momento en que los talibanes reaparecieron como una fuerza significativa parcialmente financiada por la droga, los narcóticos se convirtieron en un tema que podía utilizarse para darles una mala imagen. Por cierto, es interesante que desde 2004, la intensificación de la retórica de la guerra contra la droga haya tenido lugar en paralelo con el aumento de la insurgencia.

En resumen, mientras de 2001 a 2005 las drogas simplemente no formaban parte de la agenda de EE.UU. en Afganistán, desde 2005 se ha hablado más del control de la droga y ha habido más operaciones antinarcóticos. Sin embargo, esto no significa que EE.UU. se acerque a realizar una verdadera guerra contra las drogas. Una guerra real contra la droga no se identifica por la intensificación de misiones militaristas antinarcóticos per se, sino por la implementación de estrategias que reduzcan los problemas de las drogas. Desde ese punto de vista, Washington ha fracasado. Además, EE.UU. ha seguido apoyando a aliados involucrados en el narcotráfico y Obama declaró explícitamente que su guerra contra la droga es esencial por la lucha contra la insurgencia y no por la propia eliminación de las drogas. Por cierto, en 2009 su gobierno presentó su nuevo enfoque de los narcóticos y elaboró una lista de objetivos de 50 “importantes narcotraficantes que ayudan a financiar la insurgencia” para que los militares los capturen o los maten. Por lo tanto atacarán a los traficantes si ayudan a los talibanes, pero si apoyan a las fuerzas gubernamentales parece que los dejarán en paz. Esto sugiere que la guerra contra la droga se utiliza para atacar a los enemigos.

Julien Mercille es profesor de la University College Dublin, Irlanda.

Fuente: http://www.zcommunications.org/afghanistan-garden-of-empire-by-julien-mercille

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